Instagram vs. autoestima: desmontando mitos desde la experiencia

Adolescente mira su reflejo distorsionado en el espejo, simbolizando el impacto de los filtros de Instagram en la autoestima.

Deslizamos el dedo por la pantalla casi sin darnos cuenta. Un cuerpo perfecto, una sonrisa sin poros, una vida que parece diseñada por una agencia de publicidad. Y sin quererlo, empezamos a compararnos. ¿Por qué no me veo así? ¿Por qué no soy así?

Instagram —y otras redes— nos han acostumbrado a mirar vidas ajenas con filtros. El problema aparece cuando, sin notarlo, empezamos a mirarnos a nosotras mismas con esos mismos filtros… y no salimos bien paradas.

Este post nace de muchas conversaciones reales con adolescentes, madres, docentes, y también de lo que yo misma he vivido. No vengo a juzgar ni a señalar. Vengo a contarte por qué la imagen que vendemos en redes no siempre nos hace bien, y qué podemos hacer para mirarnos con más verdad.

El mito de la perfección en redes

Instagram no es solo una red social, es una vitrina global donde, muchas veces, mostramos solo lo que queremos que se vea. Cuerpos estilizados, pieles lisas, sonrisas eternas. ¿Y lo que hay detrás? Lo que duele, lo que se calla, lo que no encaja… queda fuera del encuadre.

El algoritmo premia la estética, la rapidez, el impacto visual. Por eso, muchas veces, el contenido que más se ve es también el que más se aleja de la realidad. No importa si ese abdomen es real o no. Lo que importa es que se vea perfecto. ¿Y qué pasa con quienes lo ven y no se reconocen?

He escuchado a adolescentes decir: “yo no subo nada si no me pongo un filtro, porque mi cara sin él no me gusta”. Y no es un caso aislado. Este discurso se repite, se normaliza, se contagia. Así se construye un imaginario peligroso: el de que hay una sola forma válida de estar bien, de ser bonita, de pertenecer.

Aquí dejo de nuevo el vídeo del pequeño experimento que pone imágenes a esto que acabo de comentar.

Lo que no se ve: el precio de mantener una imagen

Mantener una imagen “perfecta” en redes tiene un coste que no siempre se ve: ansiedad, baja autoestima, dismorfia corporal, aislamiento, miedo al juicio. Porque cuando el valor personal se mide en likes, cada foto se convierte en un examen.

El problema no es usarlas. El problema es no hablar de cómo nos afectan.

He trabajado con chicas que no se atreven a subir una foto sin editar. Con profes que no saben cómo abordar este tema en clase. Con madres preocupadas porque su hija de 13 años dice que odia su cuerpo. La presión estética digital no discrimina por edad ni contexto. Está en todas partes.

Alternativas reales y saludables

No se trata de demonizar Instagram ni de decir que dejar las redes lo soluciona todo. Se trata de aprender a mirar con otros ojos. Y de enseñar a mirar.

Aquí algunas propuestas que puedes poner en marcha desde hoy:

  • Comparte contenido diverso: cuerpos reales, voces distintas, vidas imperfectas.

  • Practica el “scroll consciente”: ¿cómo me hace sentir lo que estoy viendo? ¿Me suma o me resta?

  • Habla del tema en casa, en clase, en redes. Cuanto más lo nombremos, menos poder tendrá.

  • Crea. Dibuja. Escribe. Usa el arte como espacio de expresión sin filtros.

  • Acompaña sin juicio. Especialmente a adolescentes. No es fácil crecer en esta cultura.

    La autoestima no se construye con filtros. Se construye con referentes reales, con acompañamiento y con palabras que no pesan. Este blog nace para eso. Para poner palabras donde antes había solo silencio y comparación.

    Si este post te ha hecho pensar, te invito a dejar un comentario, compartirlo con alguien que lo necesite, o seguirnos para seguir creando comunidad sin filtros.

    Porque lo importante no es encajar en la imagen, sino reconciliarnos con el reflejo.

Anterior
Anterior

¿Qué es la dieta digital y cómo aplicarla en casa? Guía práctica para familias

Siguiente
Siguiente

El impacto oculto del Porno en los menores: Una perspectiva para familias y educadores