Entre el deber y el descanso: cuando dormir se convierte en un privilegio adolescente
Imagen generada por IA.
Una madre me decía hace poco: “Se acuesta pasadas las doce por los deberes, las pantallas, el agobio... y a las siete ya está en pie para el autobús”. Hablaba de su hija de 15 años, pero podría ser cualquier adolescente. Porque lo que antes era excepcional, hoy es norma: la falta de sueño.
En Euskadi, por ejemplo, cerca del 85 % del alumnado de ESO duerme menos de las ocho horas recomendadas. Y durante la semana, la cifra se eleva hasta el 90 %. El dato no es mío: lo firma la Unidad de Sueño de la OSI Araba, tras un estudio riguroso liderado por la neurofisióloga Carla Pía. Y sin embargo, sigue sin estar en el centro de nuestras conversaciones sobre salud, educación y cuidados.
Dormir es una necesidad básica, no un extra. Pero para muchos adolescentes, se ha convertido en un lujo que no se pueden permitir.
Un mapa del sueño truncado
El estudio realizado por la OSI Araba en Vitoria-Gasteiz no es un caso aislado. En el conjunto de Euskadi y Navarra, apenas el 55 % de niños y adolescentes alcanza las horas de sueño recomendadas. Y en la franja de 15 a 18 años, el tiempo medio real de descanso cae a unas 7,4 horas por noche.
Los datos autonómicos coinciden con la tendencia nacional: en España, la media de sueño entre adolescentes es de 7,6 horas diarias. Muy por debajo del mínimo saludable recomendado por entidades como la American Academy of Sleep Medicine: entre 8 y 10 horas en esta etapa del desarrollo.
Cuando no dormir se nota… y mucho
La deuda de sueño no solo es cansancio. Afecta a la concentración, el estado de ánimo, la memoria y la capacidad de autorregulación. Aumenta el riesgo de ansiedad, depresión y problemas de conducta. Y en el cuerpo, se traduce en mayor probabilidad de sufrir sobrepeso, hipertensión o alteraciones metabólicas.
Un estudio pediátrico en Málaga señaló que un 61 % de los menores de 2 a 14 años presentaba algún tipo de trastorno del sueño: desde dificultades para dormirse hasta apneas o despertares frecuentes.
Esto tiene consecuencias visibles en las aulas. Y también silenciosas: adolescentes con el ánimo bajo, con problemas para seguir el ritmo académico o que normalizan sentirse agotados cada día.
¿Y si encima aceleramos el sistema?
En ese escenario, muchos adolescentes recurren a soluciones inmediatas: bebidas energéticas. En 2023, casi la mitad de los jóvenes españoles entre 14 y 18 años había consumido alguna en el último mes. Entre los chicos, el dato sube al 54 %. Y lo más preocupante: casi el 20 % las mezcla con alcohol.
Las marcas como Monster o Red Bull no solo están presentes en su día a día, sino que ocupan espacio simbólico: resistencia, activación, supervivencia. Pero su contenido —cafeína en dosis elevadas, taurina, guaraná y azúcar— no es inocuo. Su consumo regular se asocia a mayor riesgo de ansiedad, alteraciones del ritmo cardíaco, insomnio e incluso episodios cardiovasculares graves.
¿Qué podemos hacer como comunidad educativa?
Este problema no se resuelve con un cartel en la puerta del aula. Requiere una mirada integral y valiente. Algunas propuestas clave:
Retrasar el inicio de las clases: adaptarse al cronotipo adolescente mejora el descanso y el rendimiento.
Educar en higiene del sueño desde tutoría o programas de salud: rutinas, pantallas, espacios adecuados.
Prohibir la venta y promoción de bebidas energéticas en centros escolares, como ya empieza a ocurrir en varias comunidades autónomas.
Formar al profesorado y profesionales sanitarios para detectar señales de alerta.
Abrir conversaciones reales con familias y jóvenes: dormir no es perder el tiempo, es recuperar vida.
Dormir para poder ser
La adolescencia ya es una etapa exigente de por sí. Si además la atravesamos sin dormir, todo cuesta más: aprender, vincularnos, crecer, imaginar el futuro.
No es solo una cuestión de salud, es una cuestión de derechos: permitir a las nuevas generaciones descansar es una forma de cuidar el mundo que heredarán.